Sunday, September 25, 2005

“Queda esto demostrado” y liberación escatológica

Noche de Invierno, el típico caldo de cultivo para las depresiones. Lo cierto es que aquel día desde temprano me sentía abrumado y angustiado, además cargaba con una sobredosis de matemáticas y física universitaria que me dificultaba encontrar las respuestas a esas interrogantes de naturaleza irracional, sabía que no debía quejarme por que estaba en formación por el “comienzo de mis mejores años” como versaba el spot de mi casa de estudios en la tele.
Era plena época del escepticismo galopante más fuerte que he vivido, me había entregado en absoluto al método y todo era filtrado por la postdata “Queda esto demostrado”, entonces llegaba a aquel hermoso mundo de la inmutable, donde la verdad es inmanente, esas realidades platónicas fuera de la caverna. Era genial, pero solo sabía hacerlo con números, rectas, planos, paralelepípedos y semestres después con el marraquetoide elíptico de revolución.
En general el mundo se manifestaba en formas mucho más diversas que números y geometría, aunque no dejaba de practicar la admiración a los distintos volúmenes femeninos que pululaban por la universidad, en estricto rigor no sabía nada sobre mí ni cuales eran las dudas que me atocigaban, solo sabía calcular.
Y así esa noche, me sentía perdido, sin sentido, con Homero como modelo de vida, su prodigiosa existencia en los Simpsons me llamaba mucho la atención. Durante la tarde había estado haciendo música, pero tampoco evito la pesadumbre nocturna.
Diez de la noche en Talakanta, encerrado en mi pieza, encerrado en la mente. Decido salir a dar un paseo por el pueblo hasta la línea del tren, era una rutina nueva para mí, quizás en la plaza encontraría un grupo de amigos recientes de los que tuve que desprejuiciarme para conocerlos ya que eran de la parroquia, si llegaba a verlos vomitaría con ellos mis pensamientos en chistes y despotricamientos varios.
Salí de mi casa, no los encontré. Seguí por la ruta que me había proyectado, en línea recta desde la plaza, cruzando el centro hasta encontrar el cruce de la línea del tren, lo que marcaba las afueras del antiguo Talakanta. Camine lento, sin pensar, al llegar al cruce en un arranque de irracionalidad calculada me pare sobre los durmientes y le di un plazo de dos minutos al tren para que pasara por ahí y me arrancara del mundo material, años después me enteraría que el tren no pasaba ya por ahí desde hacia mucho tiempo.
En el momento considere que la existencia me daba una nueva oportunidad y comencé a regresar a casa con un implante de optimismo artificial, como simbolismo tome un camino alternativo para volver a casa, era mucho más oscuro que el camino inicial, los perros de las cuadras ladraban fuerte a mi paso, me sentí agredido por mi animal favorito. En una esquina un tipo se pone a caminar a mi lado, la oscuridad me hacia sentir desconfiado, en esos días lo peor que podía pasar en Talakanta era ser cogoteado, hoy lo peor es que el cogotero sea travestí. El sujeto se presento, de profesión fotógrafo. Iba a jugar a pool tomar una cerveza, al llegar a la esquina correspondiente se despidió amablemente. Más allá termino mi ruta alternativa y salí de la oscuridad. Es lo más cercano que he estado de Dante guiado por Virgilio en su viaje por el infierno. No hables nunca con extraños, recordé la antigua enseñanza familiar.
Metros antes de llegar a la plaza una fuerte puntada apareció en mi vientre y un gástrico ruido de mis intestinos contrajeron mi cuerpo. Obligado a detenerme, pense en la humillante situación que podría acontecerme en la vía publica y dupliqué mi fuerza de voluntad. Con las piernas apretadas reanude mi andar a pasos cortos. Intente relajarme y me concentre en mi único objetivo, llegar a casa, especificamente al inodoro de mi casa. En un instante sentí alivio, alargue mis pasos y nuevamente la punzada en el vientre y la señal de evacuación inminente me detuvieron otra vez. Desde ahí mis pasos fueron progresivamente más cortos, la puntada más intensa. Mis muslos se agotaban tensos. Veía lejos el semáforo que me mostraba que solo faltaban dos cuadras para llegar. Aquella caminata fue un proceso difícil, el mito del vía crucis.
El trayecto final fue una tortura y al llegar a la puerta la incontinencia era un hecho. Entré a mi casa, olvidando ya la vergüenza publica y di pasos gigantes hacia el baño. Mi familia dormía, la casa sin luz. Entre al baño, tomo asiento y no necesito hacer fuerzas para que mi cuerpo realice su ejercicio de autolimpieza. Siento que es arrojado al agua todo lo malo de mi, todo lo podrido es expulsado, todo lo que no sirve fuera.
Mi cabeza se apacigua, mi cuello se relaja y caigo dormido sentado en un tibio sopor con mis manos sobre las rodillas. Perdida la noción del tiempo desconozco cuanto dormí.
Al despertar me incorpore, me fui a mi dormitorio. Me sentía ligero, tranquilo. Entre en mi cama y mientras me iba al sueño empece a comprender esto de los caminos de salvación que tan bien venden algunos predicadores marketeros, experimente algo a lo que podría llamar verdad revelada, un acto que me dio fe. Esto marco el comienzo del fin del escepticismo, con las herramientas matemáticas que contaba me era imposible explicar esa verdad. Hasta pense en una nueva religión luego de mi experiencia iluminadora. Dormí plácidamente y el siguiente fue un buen día.

Para los que interpretan literalmente, ojo los cabecitas cuadradas, esto no es una apología del culto a la caca, yo siempre me lavo las manos. Lo principal es que la gran mayoria de las veces la solución a nuestras angustias esta al lado nuestro, en los pequeños detalles de lo cotidiano se esconde un gran trozo de la “verdad”.
Q.E.D.

Monday, September 19, 2005

El día de la marmota

Cuando suene el despertador, que me arrancara de mi pesado dormir, será una vez más el mismo día, como producido en serie por un malintencionado tiempo. Vencer el desgano de levantarse e ir a vegetar a la oficina por más de 8 horas, presenciar las repeticiones de los problemas y el esfuerzo inerte de las soluciones proactivas. Luego el retorno a casa con el día oscureciendo a las actividades domésticas, a los desencuentros de las relaciones y las emociones, para que el resto del tiempo se haga humo y suene con urgencia la alarma de que hay que acostarse, sino la próxima repetición del día será de peor sabor.
Con el recurso cliché de comparar la vida con una de esas tantas peliculillas de culto aparece una posibilidad de escape. Bill Murray tratando de huir del día de la marmota, probando las soluciones más extremas, matar a la marmota, eliminarse a si mismo. Y entonces da en la sutileza y vive por un periodo la inmortalidad necesaria para despertar. Vivir en la rutina es un congelamiento del tiempo, hastiados de saber que las cosas volverán a pasar forzosamente cada día, la odiosidad del jefe, la perdida de plata, las personas que te molestan como moscas en el sudor, loa horarios, las rutina obligatoria nos permite ser casi como el mejor oráculo podemos predecir mucho del día y no usamos esa ventaja para obtener eternidad.
Bill Murray lo entiende, entonces aprovecha este tiempo congelado, ensaya soluciones a su errores, se da el gusto de hacer lo que siempre quiso hacer y ser. Se convierte en gran pianista, escultor en hielo, héroe del pueblo y finalmente una mejor persona lo que finalmente lo libera del día de la marmota, despierta de la matrix y se acaba la rutina. Hay que saber vivir esta eternidad sin excesos ya que terminaría como "El Inmortal" de Borges, ansioso solo por morir.
A todos los que estamos insertos en la rutina, aprovechemos la eternidad para despertar, abandonemos las mentes dormidas. No se trata de transformarse en un adicto al cine alemán de vanguardia y convertirse en un posmo. Se trata de leer ese librito de bolsillo jamas hojeado, atrapado en el estante o recluido en el cuartucho junto a los diarios viejos. No se trata de no leer "La Cuarta" y su suplemento "VAS", se trata de tener humor, pero no decir "Es que uno de noche no quiere pensar, uno quiere puro reírse" lo que justifica ver Kike Morande 2 horas cada noche, con una vez a la semana es suficiente. No se trata de irse a escalar todos los cerros y practicar todos los deportes extremos de moda, sino salir a caminar a la noche y sentir el aire en la cara, no, tampoco es necesario ir al Tíbet, aunque es una buena idea para quien guste de los viajes místicos. Contamos con cientos de días iguales para hacer todo esto, tenemos todo el tiempo del mundo para despertar, entonces los días repetidos acabaran y empezara la dinámica del movimiento, ya no habrá rutina, sino cambios y más cambios, la eternidad que aprovechamos acabara, pero a cambio vendrá una vida nueva cada día.
P.S. :Bajo ninguna circunstancia soy un optimista.